ANTONIO AGUILERA VITA

Almería, 1962.
aguileravita@gmail.com



¿Por qué hemos conservado nuestros nombres? Por costumbre, únicamente por costumbre. Para hacernos también nosotros irreconocibles. Para hacernos imperceptibles, no a nosotros mismos, sino lo que nos hace actuar, experimentar o pensar. Y además, porque es agradable hablar como todo el mundo, y decir que el sol sale, cuando todo el mundo sabe que es una manera de hablar. No llegar al punto de no decir más yo, sino al punto donde no tiene ya ninguna importancia decir o no decir yo.
GILLES DELEUZE y FÉLIX GUATTARI, Rizoma.

EL TIQUUN

El Tiquun es el devenir-real, el devenir-práctico del mundo; el proceso de revelación de toda cosa como práctica, es decir, el tomar lugar dentro de sus límites, en su significación inmanente. El Tiquun es que cada acto, cada conducta, cada enunciado dotado de sentido, esto es, en tanto que acontecimiento, se inscriba por sí mismo en su metafísica propia, en su comunidad, en su partido. La guerra civil quiere decir solamente: el mundo es práctico; la vida heroica en todos sus detalles.
TIQUUN, Introducción a la guerra civil, Melusina, 2008.

EN FACEBOOK

EN ESTE BLOG

BAJO ESTE EPÍGRAFE, LAS ENTRADAS: NOTICIAS, REFLEXIONES, ENLACES INTERESANTES, ETC.

A LA DERECHA, DOCUMENTOS (OBRAS INÉDITAS, ANEXOS, INFORMACIÓN DE OBRAS PUBLICADAS, PUNTOS DE VENTA, CURRICULUM Y OTROS).

ABAJO, PERO MUY ABAJO, LA OBRA VIDEOGRÁFICA: CORTOS Y DOCUMENTALES.
☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣☣

ENTRETANTO, OPINO: ENSEÑAR EN ESPAÑA ES LLORAR

Enseñar en España es llorar.
En este país de filibusteros, ahora renovados en sus enseres y ropajes, que son capaces de reír gracias a pelotazos (inmobiliarios, bancarios, bursátiles, financieros…), los demás, los medianos, los que no tenemos intención de aspirar a grandes yates ni a grandes fortunas (porque también existimos, aunque parezcamos raros), la clase media, digamos, concienciada, que aún pretende un lugar en el futuro para sus descendientes en una tierra que se deshace en pedacitos de basura acumulada, es capaz de reír entre congéneres, se sabe divertir en las tabernas, los bares y las fiestas, pero que no intente el inefable pecado de la “creación”, porque entonces le tocará llorar. Escribir, pintar, hacer cine o teatro, esculpir, en definitiva, crear arte, pero también enseñar, que es un arte difícil y poco agradecido, en este país de filibusteros (y de pardillos que aspiran engañosamente a serlo en dos días, sin percatarse de que el cupo de aspirantes, entre políticos corruptos y emprendedores especuladores, está más que cubierto) es derramar lágrimas de tristeza e impotencia cuando menos una vez al día.
Ahora que inicia un nuevo curso escolar, las dos grandes falacias de la enseñanza se reproducen de nuevo entre las distintas administraciones de un país cada vez más triste y empobrecido, y se difunden impunemente por las televisiones vocingleras que saben muy bien cuál es su posición de poder y temen, o simplemente no quieren, perderlo.
La primera gran falacia es la de los centros escolares. El gran cuento de los colegios concertados está acabando con los centros públicos a pasos de gigante. Los cierra, es más, aún peor, los degrada a base de masificar a su alumnado en aulas cada vez más numerosas. Los concertados hicieron su función en aquellos momentos en los que las infraestructuras de la enseñanza pública eran pobres, para facilitar el acceso a la educación a toda una franja de edad de la población española. Años después se ha mantenido, con colegios y centros públicos infinitamente mejores en calidad de profesorado, ratio de alumnado por clase, dotaciones de material, infraestructuras en general, con la excusa de que esos colegios (subvencionados con dinero público, o sea, de todos, en teoría, y no sólo de bancos “rescatados”) fomentan la libertad de elección de escuela por parte de las familias. ¿Pero nadie se va a dar cuenta de que esos colegios no son sino el “quiero y no puedo” de familias con aspiraciones que jamás podrán pagarse un verdadero colegio de élite privado, al que sus hijos, los nuestros, nunca tendrán un acceso igualitario y verdadero? ¿No sería más lógico sostener en condiciones  la extensa red de escuelas públicas bien organizadas, laicas, con la buena cantera de profesores funcionarios que ya se había creado (manifiestamente mejorables en muchos aspectos, pero, al fin y al cabo, resultado de no pocos procesos selectivos de formación y acceso a este trabajo), en lugar de destrozar toda esa red para mantener el gran número de empresas de la enseñanza con ánimo de lucro? Un derecho fundamental pisoteado por el lucro. ¿Por qué nos tenemos que acostumbrar a eso? ¿Por qué debemos verlo como algo normal (“normal”, nos dicen) en una sociedad democrática, cuando no lo es en absoluto?
La segunda gran falacia: los profesores trabajan pocas horas y, por tanto, les subimos las que han de estar directamente trabajando con alumnos en clase. En concreto, en la enseñanza secundaria, se aumentaron dos horas más de clase semanales para los profesores, pasando de 18 a 20. Pero ¡qué fácilmente nos hacen creer que esas son las horas de trabajo reales! ¡Con qué impunidad se permite a señoras como la ex presidenta Aguirre criticar las pocas horas que trabajan los profesores, ateniéndose a ese dato! Señora Aguirre y todos los señores de su calaña, por cada hora de docencia directa con alumnos, un profesor mediano (los excelentes sobrepasan con creces la media y son pocos, digo, simplemente, un profesor normal, sin grandes pretensiones) necesita una media de otra hora para preparación de la misma (esto significa, materiales a entregar, previsión de la recepción de esa clase por parte del alumnado, prácticas y ejemplos de los que se enseña, ejercicios de evaluación y pruebas, correcciones de dichos ejercicios, a lo que añadimos hoy día, la aplicación de la misma con las nuevas tecnologías). ¿Sabe usted sumar, Señora Aguirre? ¿Y usted, señor Wert o usted, señora Figar? El trabajo básico de un profesor ya es, sólo con esta parte de su trabajo, de 40 horas semanales. ¿Cómo contamos, pues, todo el resto de horas: guardias de aula, guardias de biblioteca, labores de tutoría o departamento, reuniones de evaluación y de coordinación pedagógica? Se me pierden las cuentas. Hemos vuelto a condiciones laborales propias de aquel primer franquismo, cuando se pasaba más hambre que un maestro de escuela. Entonces, al menos, se le respetaba en su valía como jamás se ha vuelto a hacer en este país de filibusteros, ni por parte de la administración (ninguna de las tantas que en España existen), ni por parte de la sociedad, en su mayoría (siempre hay grandes y loables excepciones, probablemente más de las que parece, que nunca dejan escuchar sus voces). Hoy evidentemente no pasa hambre, a pesar de ser una de las profesiones de su categoría peor pagadas de nuestro cacareado entorno occidental (mejor no comparar con los Estados Unidos, tan copiados y admirados para otras cosas, pero tan ocultos para difundir cómo trata económica y socialmente a sus profesores), pero se le ha desprestigiado, degradado, vilipendiado, como, por otro, lado, a todo ser humano que trate de dedicarse al mundo de la cultura. No en vano estamos en un país (de filibusteros disfrazados de ejecutivos y ministros) que machaca sistemáticamente su cultura.
Eso es llorar.
Hay más falacias. Seguiremos en guardia.

Decía Larra en su famoso artículo “Horas de invierno” (1836): “Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta”. También lo es enseñar. Entonces el Madrid de Larra era la metonimia de un país entero, hoy además, es una literalidad aplastante, por cuanto en esta España dividida (precisamente por quienes más cacarean su unidad como destino en lo universal), la nefasta Comunidad de Madrid lleva la avanzadilla en estas cuestiones. ¡Pobres herederos de una España, de nuevo, de “charanga y pandereta, cerrado y sacristía”, como nos decía el entrañable Machado! Eso sí, ahora se le ha unido la Santa Cofradía del Emprendimiento.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario