ANTONIO AGUILERA VITA

Almería, 1962.
aguileravita@gmail.com



¿Por qué hemos conservado nuestros nombres? Por costumbre, únicamente por costumbre. Para hacernos también nosotros irreconocibles. Para hacernos imperceptibles, no a nosotros mismos, sino lo que nos hace actuar, experimentar o pensar. Y además, porque es agradable hablar como todo el mundo, y decir que el sol sale, cuando todo el mundo sabe que es una manera de hablar. No llegar al punto de no decir más yo, sino al punto donde no tiene ya ninguna importancia decir o no decir yo.
GILLES DELEUZE y FÉLIX GUATTARI, Rizoma.

EL TIQUUN

El Tiquun es el devenir-real, el devenir-práctico del mundo; el proceso de revelación de toda cosa como práctica, es decir, el tomar lugar dentro de sus límites, en su significación inmanente. El Tiquun es que cada acto, cada conducta, cada enunciado dotado de sentido, esto es, en tanto que acontecimiento, se inscriba por sí mismo en su metafísica propia, en su comunidad, en su partido. La guerra civil quiere decir solamente: el mundo es práctico; la vida heroica en todos sus detalles.
TIQUUN, Introducción a la guerra civil, Melusina, 2008.

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MICRORRELATOS PARA VERANOS TEMPLADOS (1)

EL VENTANUCO

Solo un avanzar sereno permite observar los alrededores del caminar como un móvil punto de vista monocorde que planea la calle asolada camino de la playa. Mediodía de julio. No es la primera vez que observo el retrato sobre la pared de la fachada parda desconchada. Cada día, la mujer se asoma impasible a su pequeña, hasta lo imposible, ventana de casa con fachada parda. Hace que observa, que nos observa, a los viandantes, a los paseantes, a los animales que orinan las ruedas de los coches. ¿Pero observa? Tres días ha, observo desde la ventana en la fachada celeste de mi casa, enfrente, a ocultas, desde la calle en gran angular, bajando hacia la playa, desde la entrada de mi casa a la vuelta (dintel blanco sobre fondo azul celeste). La misma posición incorrecta, la misma sonrisa irresuelta, la misma mirada indeterminada. Tres días me pregunto si es una mujer aquella figura o un fresco en la fachada, un trampatojo inmóvil, una irrisoria trampa para el ojo de quien no vive ahí, un figurado rostro de mujer atónito que otea la calle en silencio enmarcado por el ventanuco. No hay pecho ni busto. El rostro ocupa la totalidad geométrica del cuadro. El cuarto día doblo el ojo y veo que algo ha cambiado en la fachada. El paseante observa de reojo, por no decir de tapadillo, por no decir al fin insistentemente, para llegar a preguntarse qué demonios es diferente en aquella monótona fachada parda desconchada. No está el rostro de la mujer que miraba en la ventana. Tampoco el ventanuco.